Para realizar un abordaje eficaz de los problemas ligados a los consumos de sustancias tóxicas u otros comportamientos adictivos, son imprescindibles las redes de prevención. Las existentes han demostrado ser insuficientes y por eso es crucial enfocar el trabajo hacia el fortalecimiento y expansión de las mismas. Redes de salud, enfocadas en los recursos y procesos que promueven lo saludable en individuos y colectivos, no en el control del delito. Estas deberían desarrollarse vinculando familias, escuelas, organizaciones de la comunidad, clubes deportivos, universidades, iglesias de todos los credos, efectores de salud gubernamentales y no gubernamentales, entre otros.
La prevención que tales redes realizan y deben amplificar, en al actual contexto requiere fuerte apoyo desde las políticas públicas para afrontar la presión creciente de la cultura de consumo dominante. Este tiene una incidencia progresiva conforme se desarrollan las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial y las industrias utilizan los avances de las neurociencias para ser más persuasivas.
El aumento exponencial del consumo de sustancias en los últimos 3 años pone de manifiesto que las estrategias implementadas, primero desde enfoques prohibicionistas, y luego desde los de reducción de daños no han tenido la eficacia esperada. Es preciso incluir una mirada sistémica, que contemple los derechos de niños y niñas a crecer en entornos saludables, y a aprender en el ámbito de las matrices primarias de identidad que constituyen la familia y la escuela, las bases para una vida saludable y una actitud crítica de los valores consumistas alentados por las redes propias de estos mercados que parecen ser muy redituables. Las familias son nodos fundamentales de esta red cuya función de sostén está en peligro.
El peligro se genera por múltiples factores. Describo algunos que observamos a diario en los proyectos de prevención y asistencia activos que superviso, para que padres, tíos, primos, hermanos, abuelos, tengan en cuenta y conversen sin miedo. Es el mejor modo de dar un paso para sentirse más cómodos con el tema, habilitando la posibilidad de darse cuenta, entenderse , y tal vez pensar en hacer algún cambio a favor del bienestar familiar.
Ejemplos: creer que es normal que se consuman drogas en la adolescencia, que estos hábitos se superan solo con buena voluntad, que el rol de la familia consiste en conseguir un lugar donde hacer el tratamiento y esperar que los profesionales solos faciliten el cambio terapéutico, que solo queda esperar a que toquen fondo para que pidan ayuda, que la policía o el poder judicial tienen una función sanitaria privando de la libertad a quienes padecen este tipo de trastornos. Algunas de estas creencias responden al tipo de oferta del mismo sistema de salud, que no siempre ofrece asesoramiento y vías de acceso temprano a familiares preocupados, o bien no cuenta con profesionales especializados en el tema y/o que practiquen la disociación instrumental respecto de sus propias prácticas de consumo, por lo que suelen minimizar comportamientos de riesgo definiéndolos como consumos sociales o recreativos, que no requieren problematización alguna, sin aclararles cual es el criterio que usan a partir del cual se debería considerar esa práctica como un problema a asistir.
El resultado es que, pasadas las etapas iniciales, la familia suele adaptarse a esta disfuncionalidad, escuchando, conteniendo, soportando por amor, pero sin resultados, por lo que se habilitan trastornos de gravedad creciente. El pedido de ayuda, cuando aparece, llega tarde al sistema de salud, -al que le resulta muy difícil revertir el problema- y terminan apostando a la ayuda de los jueces. Aunque sea un problema de salud.
Otro de los costados que agrega complejidad al armado de esta red, es el hecho de que también está en aumento la cantidad de mujeres embarazadas que consumen drogas (con impacto en el desarrollo neurológico de sus hijos), y luego padres y madres que consumen durante la crianza. Familias, donde el rol de protección y guía esperado de los adultos entra en conflicto. Nuevamente, la pregunta acerca de los derechos de las infancias. Entonces ¿qué redes de prevención tenemos? ¿Qué redes necesitamos? Algo tiene que cambiar.
Mgter. Gabriela M. Richard Losano